Oriente de Buenos Aires, 5 de agosto de 2015, e.·.v.·.
Nombre simbólico, reflexiones y propuesta personal
V.·. M.·. y QQ.·. HH.·. todos
En mi carrera masónica el tema del nombre simbólico ha sido motivo de muchas charlas tanto en Log.·., como en pasos perdidos. Sin embargo, debo confesar que ya siendo maestro no había hecho lectura alguna al respecto. Hace algunos años había resuelto adoptar un nombre simbólico por lo que decidí interiorizarme en torno a esta tradición, pero descubrí que la bibliografía al respecto es insuficiente y mayormente orientada al mundo académico profano. No voy a hacer una historia del uso de nombres simbólicos en la masonería porque eso fue/será tarea del V.·.M.·. de nuestro Taller (ver trabajo citado).
Me voy a limitar a señalar dos aspectos que me llamaron la atención. Primero, de acuerdo a la bibliografía que circula por ámbitos académicos profanos, como los trabajos de Yván Pozuelo,(1) Françoise Randouyer (2) y Roldán Rabadán,(3) la adopción de nombres simbólicos (generalmente en el momento de la iniciación) fue una práctica relativamente marginal en la masonería. Al parecer, la costumbre de adoptar un nombre simbólico estaba principalmente circunscripta a las LL.·. alemanas y españolas durante los siglos XIX y XX. A veces fueron utilizados como un “nombre de guerra” ante la posibilidad de persecución política.
Independientemente de este uso práctico podemos proponer otras razones por las que se adoptó esta práctica. Una posibilidad tiene que ver con la idea de renacer. Así, el cambio de nombre era considerado como un símbolo del ciclo “muerte y renacimiento” de la iniciación masónica. Esta concepción ha sido percibida como una analogía al cambio de nombre que acompaña al ingreso a órdenes monásticas o mendicantes cristianas. No obstante, esta última afirmación no termina de convencerme puesto que el nombre simbólico es la adopción de otra identidad pero no una “nueva identidad”. Una de las características del nombre masónicos es la invocación de una identidad preexistente, y de ninguna manera completamente nueva. En tal sentido, la identidad no se concibe como un renacer sino como la invocación de un nombre preexistente que se asume como modelo. En este sentido, resulta más probable la tercera posibilidad, esto es, que los nombres simbólicos eran adoptados porque (como sostiene Pozuelos a diferencia de Randouyer) ellos expresaban una orientación política o ideológica definida. En el caso de las Log.·. de los siglos XIX y XX la impronta era claramente liberal aunque hubo (y hay) casos de la izquierda socialista. En el caso de las logias hispanoamericanas, en particular en las Log.·. de exiliados españoles, se adoptaban a una gran variedad de categorías de nombres de personas ilustres o conceptos asociados a la tradición ilustrada. Por último, cabe recordar que hubo algunas tentativas de suprimirlos y en la actualidad la práctica está perdiendo el uso cotidiano aunque haya un gran número de HH.·. que aún lo poseen.
La segunda cuestión es ¿Por qué elegir hoy un nombre simbólico, si sería una institución en decadencia? No hay respuesta sencilla a ello. Puede darse por muchas razones, entre las cuales la vanidad no parece ser una motivación menor. Otra posibilidad, es la de asegurar el anonimato del H.·., algo que no tiene que estar necesariamente relacionado con un contexto de persecución política. Hoy en día, incluso en países donde rige el pleno estado de derecho y la pertenencia a la masonería no supone un peligro frente a la acción coactiva del Estado, es posible que ciertas actitudes retrógradas supongan un riesgo social o laboral.
No obstante estas posibilidades, en la inmensa mayoría de los casos en los que se adopta un nombre simbólico hay una reflexión personal, un desear ser, un modelo a seguir o el reconocimiento de un vínculo intelectual-afectivo con la persona/concepto adoptado. Por lo tanto, al asumir el nombre simbólico, el masón dice de sí mismo aquello que espera sea su aporte distintivo a la orden o el fin a alcanzar. En definitiva, con el nombre simbólico asume un compromiso. Entonces, ¿es necesario adoptar un nombre simbólico? Necesario, no. Pero un nombre simbólico es una de las muchas maneras en que se expresa la responsabilidad que el masón asume el día de su iniciación.
Precisamente, luego de estas reflexiones presento ante ustedes, mis queridos hermanos, mi elección de un nombre simbólico por el que, de aquí en más seré reconocido entre columnas: Gorgias.
Mi nombre simbólico
Antes de pasar a justificar mi elección, empezaré por un breve esbozo biográfico. Gorgias de Leontinos (490-380 a. de e.·.v.·.) fue un célebre filósofo griego nacido en el sur de Italia. Fue discípulo de Empédocles de Agrigento y de Córax de Siracusa. Alrededor del año 427 a. de e.·.v.·. se instaló en Atenas donde se dedicó a la enseñanza de la retórica. Fue maestro de Tucídides, Agatón, Isócrates, Critias y Alcibíades. Gorgias perteneció al movimiento filosófico hoy conocido como el de los sofistas, quienes han gozado de una pésima reputación gracias a los ataques dirigidos por Platón. Siguiendo los principios de la filosofía eleática, Gorgias sostenía un escepticismo ontológico que se combinaba con la convicción de que sólo a través del razonamiento metódico y de la correcta expresión de sus conclusiones era posible alcanzar el conocimiento. En una de las obras que se le atribuye, Sobre la Naturaleza o el No Ser Gorgias desarrolló las tres célebres tesis que resumirían su filosofía:
Nada existe.
Si algo existiera, no podría ser conocido por el hombre.
Si algo existente pudiese ser conocido, sería imposible expresarlo con el lenguaje a otro hombre.
No obstante estos reconocidos postulados, el escepticismo de Gorgias no puede ser definido como mero nihilismo, ni que sostuviera la ausencia de convicciones verdaderas acerca del mundo material así como de valores morales. Por el contrario, Gorgias aspiraba a la superación de la ontología de los físicos poniendo el énfasis en los procesos de adquisición y transmisión del conocimiento. Una derivación curiosa (y un tanto lúdica) de sus preocupaciones metodológicas era su juego retórico que constaba en defender alternativamente una tesis y su contrario (como lo hizo en otro de los pocos discursos que se le atribuyen: La defensa de Helena). Este juego no era un ejercicio cínico sino que era un recurso pedagógico que ayudaba a su audiencia a reconocer los métodos de la apropiada argumentación y a descubrir la manera en que las palabras juegan con la realidad, más que representarlas.
Ahora bien, ¿por qué elegir a Gorgias? Una razón no menor para mi elección tiene que ver con que mi primera plancha en este mismo templo hace ya 15 años versó sobre el diálogo Gorgias de platón y la importancia del lenguaje en el conocimiento. Por otro lado, que retomando a Gorgias como el más conspicuo exponente del movimiento sofístico me pareció una manera de hacer justicia a un movimiento filosófico que fue bastardeado pero que en su momento fue soporte de la democracia (así como el Platonismo sustentó los regímenes monárquicos y oligárquicos) poniendo en relieve dos valores en los que me veo reflejado:
1. La relatividad y provisionalidad del conocimiento. Que supone que aquello que consideramos verdadero, bueno y deseable es el fruto de la investigación humana y que, por lo tanto, está regido por las leyes del cambio. Como propuso Marx en el manifiesto comunista con una frase de la que se apropió Marshall Berman: “Todo lo sólido se desvanece en el aire y todo lo sagrado es profanado” Así, nada debe estar más allá del escrutinio de la razón y no hay verdad que sea tan sagrada como para no ser interpelada por los hombres. En especial las de uno mismo. Así seremos capaces de plantear una concepción humanista del saber, que pone a la humanidad como especie (y no al hombre en tanto individuo) como medida de todas las cosas y fin legitimante de toda acción.
Y como consecuencia:
2. El papel del lenguaje en la formación de la verdad. El lenguaje (es decir el discurso racional) no sólo describe la realidad sino que también la forma al determinar la manera en que lo percibimos. Además, todo lenguaje es performativo antes que descriptivo por lo que debemos conocer las reglas que lo rigen en tanto razonamiento (lógica), como las que rigen la expresión oral (retórica) y escrita (gramática) como herramientas en la construcción de nuestro templo.
En suma, a diferencia de la mojigatería moral del Platonismo (pero no de Platón), que se proponía hallar los absolutos del universo en entidades ideales, los sofistas promovieron una aproximación al saber que des-absolutizaba la verdad y promovía la diversidad y en consecuencia, la tolerancia. Por eso, creo que la masonería debería ser menos platónica, sentirse menos un club de iluminados salidos de la caverna y plantearse la duda como compañera de viaje, pensarse como eternos aprendices en busca de una verdad siempre esquiva o ubicada en una utopía. En definitiva, como masones debemos abandonar la aspiración de ser una “vanguardia” portadora de la verdad para retornar a ser obreros abocados a su búsqueda.
Cumplido V.·.M.·.
Gorgias
M.·.M.·.
Notas
(2) Françoise Randouyer “Ideología masónica a través de los nombres simbólicos”
(3) María Teresa Roldán Rabadán “Análisis y estudio de los "nombres simbólicos utilizados por los miembros de cuatro logias madrileñas”
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