jueves, 4 de noviembre de 2010

EL CÍRCULO: Oswald Wirth (*)

EL CIRCULO
"Para representar a la Unidad lo más conveniente es trazar una línea única cuyos extremos se juntan desapareciendo. Una línea simple es menos feliz, porque reconocemos en ella una línea cortada, imagen del Ternario, si se tiene en cuenta su cuerpo o sus dos extremos. Es verdad que dicho Ternario se encuentra en toda representación, dado que el Círculo determina un límite que separa al contenido limitado de un ambiente infinito. Hablando estrictamente, la Unidad no es representable: se concibe pero no se ve en ninguna parte. Su mejor símbolo es el punto matemático estrictamente imperceptible, que debemos situar en forma abstracta en la intersección de dos líneas o en el centro de un círculo. Es este punto inexistente materialmente que engendra la línea al desplazarse en el espacio. Nacida de la nada, la línea, al avanzar de frente o al girar sobre sí misma, nos hace concebir la superficie que, a su vez, se eleva, baja, oscila sobre uno de sus lados para darnos la idea del cuerpo de tres dimensiones. Esta generación es intelectual y lo que el espíritu humano saca así de la nada es la geometría.
La imposibilidad de formarnos una idea fiel de la Unidad nos obliga a volver al círculo, emblema tradicional de lo que no tiene ni comienzo ni fin. Ante la necesidad de animar una figura geométrica demasiado esquemática, los alquimistas griegos vieron en el círculo a una serpiente que se muerde la cola, el Uróboros.
La divisa EN TO IIAN, Uno el Todo, que acompaña al símbolo ofídico, afirma la fe en la unidad global de lo que existe y se puede concebir.
Los griegos partían de esta unidad en sus especulaciones y volvían a ella siempre para apreciar, en su relación, el valor de las cosas. No se ocultaban que ese Todo equivale a Nada para el empirista que sólo tiene por real lo que constata objetivamente; de ahí la idea de la materia primera de la Gran Obra, que los tontos no ven en ninguna parte y que los sabios adivinan en todo. Es el Todo-Nada, o la Nada-Todo sobre los cuales sólo se puede divagar con palabras.
Sin embargo, no conviene disertar en el vacío sobre el Cero vacío que, no obstante, no es la Nada, porque el Todo-Uno no deja nada fuera de sí. Vacío y Nada son palabras engañadoras: todo está lleno de “alguna cosa”. Es verdad que esta cosa puede escapar a nuestros sentidos, aunque se imponga al intelecto. Se la ha figurado como una sustancia diluida al extremo, sin más cualidad que la de extenderse indefinidamente. Los babilonios no dieron nombre a esta sustancia, aunque la poetizaron en Tiamath, la esposa de Apsú, el abismo sin fondo, el dios negro primordial, que duerme, se complace en sí mismo, y rehúsa crear cualquier cosa que sea. Este dios inactivo de la noche no puede representarse más que con un disco negro, porque es el dios de las tinieblas increadas, que se suponen anteriores a todo el devenir.
Para agradarle y unirse a él, Tiamath, su esposa, se volatiliza. Es como si ella no fuera, de tal modo se ha extendido y sutilizado. Es, en este estado, la Sustancia primordial, impalpable y transparente, uniforme y no diferenciada, precisamente lo que representa el Alumbre de los alquimistas. Sal filosófica por excelencia, principio de las otras Sales, de los minerales y de los metales, según la definición de Dom Antoine Joseph Pernéty, en su Dictionnaire mytho-hermétique.
[1]
Ninguna propiedad del alumbre vulgar justificaría esta preeminencia; parecería también que hubiera un juego de palabras, porque Alumbre (Alun en francés) evoca Lo Uno, sustancia fundamental, análoga al Eter que constituye la esencia íntima de las cosas, su trama sutil desprovista de cualidades diferenciales; dicho de otra manera: el sustrato, inmaterial en cierto modo, de toda materialidad.
En las cosmogonías es el Caos primitivo, en el que se confunde, ahogado en la homogeneidad, todo lo que toma forma y cualidades distintivas. Es Tiamath antes del furor que turba bruscamente su limpidez, por condensación, y transforma a la esposa de Apsú en agua densa y salada, de donde surgirá la creación.".
[1] París, 1758.
(*) Oswald Wirth, EL SIMBOLISMO HERMÉTICO Y SU RELACIÓN CON LA ALQUIMIA Y LA FRANCMASONERÍA, Paris 1910, p. 10-11

miércoles, 3 de noviembre de 2010

(ALGO MAS SOBRE...)
TEMPLARIOS Y ROSACRUCES (*)

"Las tradiciones herméticas orientales encontraron en Occidente otros tantos canales para su expresión, durante la Edad Media y el principio de la Edad Moderna, en las muchas sociedades y órdenes místicas y secretas, aunque aparentemente con diversa finalidad exterior, que se manifestaron aquí y allá, todas íntimamente relacionadas con la Tradición Iniciática y ligadas interiormente por la afinidad de los medios de manifestación y una identidad fundamental de orientación.

Entre estos movimientos, los dos más conocidos y que más han influido en la Masonería, son la Orden del Templo, que tuvo su apogeo y su período de esplendor en el siglo XIII, y la Fraternidad Rosacruz, que influyó especialmente en el siglo XVII.

La Orden de los caballeros del Templo nació de las Cruzadas y el contacto que se estableció con ocasión de las mismas entre los caballeros venidos del Occidente y las místicas comunidades orientales depositarias de tradiciones esotéricas. Como Orden fue fundada en 1118 por dos caballeros franceses, Hugues de Payens y Godefroid de St. Omer, con el fin de proteger a los peregrinos que iban a Jerusalén después de la Primera Cruzada.

Los caballeros hacían los tres votos evangélicos de pobreza, castidad y obediencia, como las demás órdenes religiosas, y la Orden comprendía en sí misma un cuerpo eclesiástico propio, dependiente directa y únicamente del Gran Maestro de la Orden y del Papa. Así los místicos secretos de los cuales la Orden se hizo depositaria podían ser guardados con toda seguridad.

El secreto en el cual se desarrollaban las ceremonias de recepción, y se comunicaban los misterios a los que se reputaban dignos y maduros para poseerlos, fue el pretexto de las acusaciones de inmoralidad y herejía que se hicieron a la Orden, siendo en realidad motivadas estas acusaciones por la ignorancia, el celo y la codicia de su inmensa riqueza. Esta última fue principalmente la razón que llevó a Felipe el Hermoso, rey de Francia, en el año 1307, a aprehender sin previo aviso a todos los Templarios, que fueron torturados y juzgados muy sumariamente por el Tribunal de la Inquisición, con el preciso intento de acabar con la Orden, cuyo fin fue sellado trágicamente en 1314 (cuatro meses después de su abolición privada por obra del pontífice) por la bárbara muerte inflingida a su Gran Maestro Jacques de Molay, que fue quemado vivo delante de la catedral de Nôtre Dame de París.

También el movimiento filosófico conocido con el nombre de Fraternitas Rosae Vía tuvo sus orígenes en el contacto de Occidente con el Oriente, y con las secretas tradiciones que aquí pudieron conservarse más libre y fielmente: Cristian Rosenkreutz, su místico fundador, nació, según la tradición de la cual se habla en la Fama Fraternitatis, en 1378, y muy joven viajó por Chipre, Arabia y Egipto, donde le fueron revelados muchos importantes secretos, que llevó consigo a Alemania, donde fundó la Fraternidad, destinada a reformar a Europa. Después de su muerte fue sepultado secretamente en una tumba preparada expresamente para él, que debía permanecer desconocida para los miembros de la misma Fraternidad, hasta que fue casualmente descubierta, leyéndose en la misma la inscripción: Post CXX años patebo.

Esta historia, así como los secretos y maravillas que se encuentran en la tumba, es evidentemente simbólica de la Tradición Iniciática de la Sabiduría, personificada por el mismo Cristian Rosenkreutz, que viene del Oriente al Occidente, y se conserva celosamente en su tumba hermética, en donde la buscan y la encuentran sus adeptos, los fieles buscadores de la Verdad.

En cuanto a la influencia de estos dos movimientos sobre la Masonería, que es la que por el momento más nos interesa, es cierto que no solamente muchas tradiciones templarias y rosacruces encontraron su camino en nuestra Orden, sino que también se hizo ésta la intérprete y natural heredera de sus finalidades, ideales y de la Gran Obra que constituye el fin de todas las diferentes tendencias: hermetistas, templarios, rosacruces y filósofos siempre han debido fraternizar con los masones, y de esta comunión espiritual ha nacido la Masonería según hoy la conocemos.".


(*) MAGISTER, La Masonería revelada, Manual del Aprendiz, ESTUDIO INTERPRETATIVO SOBRE EL VALOR INICIATICO DE LOS SÍMBOLOS Y ALEGORIAS DEL PRIMER GRADO MASÓNICO Y MISTICA DOCTRINA QUE EN ELLOS SE ENCIERRA, p 17 y ss.

lunes, 1 de noviembre de 2010

MASONERIA POR AMBROSE BIERCE

Del Diccionario del Diablo de Ambrose Bierce, nos llega esta definición de la Masonería que me pareció que correspondía que la compartiera con todos aquellos H.·. que aún no la conocían, puesto que la misma me parece realmente desopilante...
Masonería, s. Orden de ritual secreto, grotescas ceremonias y extravagantes ropas, a la que, tras su fundación por los artesanos de Londres bajo el reinado de Carlos II, han adherido los muertos de los pasados siglos, en incesante retroceso. Actualmente abarca todas las generaciones del hombre, de Adán acá, y está reclutando distinguidos adeptos entre los habitantes precreacionales del Caos y del Vacío. Informe. La orden fue creada en diferentes épocas por Carlomagno, Julio César, Ciro, Salomón, Zoroastro, Confucio, Thotmés y Buda. Sus emblemas y símbolos se han encontrado en las catacumbas de París y Roma, en las piedras del Partenón y la Gran Muralla China, entre los templos de Karnak y Palmira, y en las pirámides egipcias. El descubridor fue siempre un masón.
Sobre Ambrose Bierce (1842 - ¿1914?) reza el prólogo de la edición de este libro que puede encontrarse en el sitio http://www.elaleph.com/ (donde los libros son gratis), que en relación al Lexicógrafo del Demonio que "La posteridad ha descuidado a este clásico de las letras norteamericanas que, en su tiempo, tuvo más renombre que el mismo Poe. Hoy, después de muchos años de sobria fama en su patria y de un par de imperceptibles tentativas de emigración a Francia, donde fue traducido en 1937 y 1947 sin consecuencias memorables, su gloria reverdece. En 1952 Alain Bosquet escribió de él, y al final de una excelsa nómina de divos del humor negro —Swift, Sade, Lichtenberger, Petrus Borel, Poe, Lewis Caroll, Villiers de l'Isle Adam, Lautremont, Huysmans, Jarry...— puso esta frase: “Parece, sin embargo, que se nos ha olvidado agregar en esta lista al más brillante, al más sistemático, al más desconcertante de todos: Ambrose Bierce”. Después, dos nuevas ediciones de sus cuentos traducidos por Jacques Papy —“su Baudelaire” desde hace más de treinta años— otras dos del Diccionario —una con prólogo de Jean Cocteau— y la publicación en “Planète” de algunas de sus fábulas y cuentos, abrieron el camino a su conocimiento en el extranjero. Los antecedentes argentinos más remotos de que tengamos noticia, son una biografía aparecida en “Caras y Caretas” hace cuarenta años, y una entrevista imaginaria publicada en la misma revista en 1937. Tuvieron que pasar otros veintiséis años para que alguien volviera a ocuparse de él, cuando Rodolto Walsh tradujo para “Leoplán” algunos de sus relatos. Este diccionario es por tanto, la primera de sus obras que el público argentino tiene ocasión de leer. El mismo Bierce contó la historia de este libro en un breve prefacio que se reprodujo en la edición de 1935. Los primeros aforismos sulfurosos de que se compone aparecieron en un semanario en 1881, y su publicación continuó en forma esporádica y con largos intervalos hasta 1906. Por entonces gran parte de la obra ya se había editado como libro con el título de Diccionario del cínico, “nombre —dice Bierce— que no tuve el poder de rechazar ni la alegría de aprobar”. Fueron los escrúpulos religiosos de los directores del último periódico en que apareció el trabajo la causa de ese título reprobado por el autor. El éxito provocó un alud de “libros del cínico”, “la mayoría de ellos solamente estúpidos, aunque algunos eran también tontos”. “Entre tanto, agrega Bierce, algunos de los esforzados humoristas del país se habían servido en parte del trabajo en la medida que convenía a sus necesidades, y muchas de sus definiciones, anécdotas y frases se habían hecho más o menos corrientes en el lenguaje popular. Esta explicación se ofrece no por orgullo de prioridad en bagatelas, sino para prevenir posibles cargos de plagio, lo cual no es una bagatela”. El diccionario es la mejor carta de presentación que pudo haberse elegido. Bierce ha reñido genéricamente con el hombre y en este libro expone una por una las causas de su encono. Se muestra en él como un eximio tocador de llagas, y la humanidad se le ofrece desnuda, pletórica de pústulas, a este indefectible señalador de vicios, debilidades y taras. Desde temprano tuvo motivos suficientes para sobrellevar el mundo como un percance indeclinable, y en el transcurso de su vida no le fue difícil dar con más razones para exteriorizar su pesimismo vital, contraído a despecho de la admiración, de los halagos, de la gloria y también de los temores que suscitó en un largo período de su existencia. Es por lo menos improbable que alguien o algo con radicación habitual en este planeta haya escapado a su anotación chirriante. La vida, a través del cristal birciano, aparece entenebrecida por el egoísmo, la mezquindad, la estupidez ilimitada y tantos otros atributos afines que la naturaleza prodigó sin regateos al género humano. Toda la obra de Bierce es el fruto ácido de la desdicha, de una desdicha irreparable para la cual sólo hay dos caminos: la facilidad del alarido o la maceración del sarcasmo. Pero su dolor es demasiado hondo para tratarlo con la irrisoria terapia de la vociferación. “Y es sin duda —anotó Jacques Stenberg— en las filigranas de las fábulas y de las definiciones del diccionario donde el rostro de Ambrose Bierce aparece con más claridad. No es el rostro de un hombre cruel y ebrio de venganza, sino el de un hombre incurablemente desgraciado que bebe del cáliz hasta la hez con una loable dignidad, sin proferir clamores de desesperación distinguida, sin duda porque su desesperación era demasiado profunda como para no trocarse en leve sonrisa, en murmullo, en sarcasmo”. Desde la A hasta la Z, nuestro lexicógrafo flagela con fría delectación los basamentos consagrados de la sociedad humana. En sus mejores momentos, “en el apogeo de su aseo —para emplear la fórmula de otro soberbio amargo— una rata parece habérsele infiltrado en el cerebro para soñar en él”. ¿Cínico? Quizás, pero a su manera. Tomemos en cuenta que para él, cínico es “un granuja que, en virtud de su visión defectuosa, no ve las cosas como debieran ser, sino como son”.
En lo particular, a este escritor -cuentista de primer orden-, le debemos algunos de los mejores relatos macabros de la historia de la literatura: La muerte de Halpin Frayser, La cosa maldita, Un suceso en el puente sobre el río Owl, Un habitante de Carcosa, Un terror sagrado, La ventana tapiada, etc. Bierce es el escritor que gran parte de la crítica sitúa al lado de Poe, Lovecraft y Maupassant en el panteón de ilustres cultivadores del género terrorífico. A través de sus contundentes filigranas se evidenció como maestro absoluto en la recreación de tensas atmósferas desasosegantes en medio de las cuales detona repentinamente un horror «físico», absorbente y feroz.
Volviendo al diccionario, el mismo realmente no tiene desperdicio y puede ser hallado en el siguiente sitio: http://www.librosgratisweb.com/pdf/bierce-ambrose/diccionario-del-diablo.pdf


QUE APROVECHE!!! SANDRITO