viernes, 30 de abril de 2010

Inciación de un Hermano Templario (*)

Me gusta pensar que los hijos de la viuda encontramos en los caballeros de cristo, nuestras raices y mucho de nuestro ritual. Y por ello, me he permitido extraer de la obra de Vignati– Peralta, "El enigma de los Templarios", un breve apartado en donde podemos ver como se iniciaba a un H.·.Tem.·.- SANDRO

“El aspirante a templario debía renunciar al mundo. Una vez examinado y después que se le había leído la Regla, se procedía a la recepción: ésta era una solemne ceremonia que exigía la reunión completa del Capítulo durante la noche en la iglesia de la Orden.
El aspirante vistiendo una túnica blanca, sin capa ni espada, aguarda en una habitación próxima a la sala del Capítulo; el maestre le envía dos caballeros –dos miembros de ese consejo de caballeros “de buen juicio” de que ya hemos hablado, y que solían elegirse entre los miembros más ancianos de la Orden– quienes le preguntan al postulante su nombre y los propósitos que le animan, y si es cierto que pretende ingresar en la milicia, a pesar de los grandes trabajos y luchas y la dureza de la vida que le aguarda.
Si contesta afirmativamente, los dos caballeros regresan al Capítulo y dicen:
“Señor hemos hablado con ese hombre que está afuera y le hemos explicado las durezas de la Orden: dice que desea ser siervo y esclavo de la misma.”
“¿Queréis que le hagamos venir, en el nombre de Dios?”
Pregunta el maestre y el Capítulo responde:
“Que venga en el nombre de Dios.”
El neófito es introducido a la sala del Capítulo, donde se arrodilla ante el maestre y dice:
“Señor me presento ante Dios, ante Vos y ante los hermanos y os ruego, en el nombre de Dios y de Nuestra Señora que me admitáis en vuestra compañía y a los beneficios de la Orden para de ser desde ahora en adelante su siervo y esclavo”
“Hermano –responde el maestre– mucho es lo que pedís, puesto que, de la Orden, lo que véis es solamente la corteza, y la corteza es que vos véis que tenemos hermosos caballos y arneses y vestiduras, y que comemos y bebemos bien, y que pensais que viviréis aquí comodamente; pero no conocéis las duras exigencias que están debajo. Será muy duro que vos, que sois señor de vos mismo, os hagáis esclavo de otro, pues casi nunca haréis aquí lo deseáis: cuando queráis estar del lado de aquí del mar, seréis enviado a la parte opuesta; cuando queráis estan en Acre, se os enviará a las tierras de Tripolí, o de Antioquía o de Armenia, o a cualquier de las muchas tierras donde tenemos casas o posesiones. Y cuando queráis dormir, se os hará velar; y si alguna vez queréis velar, se os ordenará ir a reposar a vuestro lecho… Pensad, hermano, si podréis sufrir todas esas durezas.”
“Sí, las sufriré todas, si Dios quiere…”.
“Hermano, no debéis buscar la compañía de la Orden por el deseo de riquezas ni de señorío, ni movido por el deseo de honores ni del bienestar del cuerpo, sino por tres cosas: una para eludir y dejar de lado los pecados de este mundo; otra para servir a Nuestro Señor y la tercera, para ser pobre y hacer penitencia en este siglo por la salvación del alma.
Y sólo en esa intensión debéis pedirla.
-¿Queréis ser durante todos los días de vuestra vida, desde ahora en adelante, siervo y esclavo de la Orden?
-¿Queréis renunciar a vuestra voluntad por todo el resto de los días de vuestra vida para hacer lo que vuestro comandante ordene?”
“Si, señor, si Dios quiere…”

En este punto, el maestre ordena salir al neófito y, dirigiéndose al Capítulo, prosigue:
“Si alguno de vosotros supiera de alguna razón por la cual este hombre no tuviera derecho a ser un hermano, que la declare, porque mejor será decirla ahora y no cuando él esté en nuestra presencia…¿Queréis que lo hagamos venir en nombre de Dios?”

“Que venga en el nombre de Dios” -Dice el Capítulo-.
“Señor –dice el iniciado, retornando y arrodillándose de nuevo– me presento ante Dios, ante Vos y ante los hermanos y os ruego, en el nombre de Dios y de Nuestra Señora que me admitáis en vuestra compañía y a los beneficios de la Orden; espiritual y temporalmente, para ser su siervo y esclavo desde ahora en adelante.”
Después el superior le dirigía las siguientes interrogaciones:
“¿Sois caballero?
¿Estáis sano de cuerpo?
¿Habéis contraído esponsales?
¿Sois casado?
¿Habéis pertenecido ya a otra Orden?
¿Tenéis acaso deudas que no podéis satisfacer por vos mismo o por vuestros amigos?”

Si la contestación era satisfactoria, el neófito hacía sus votos en la siguiente forma:

“Hermanos, escuchad bien lo que os diremos: ¿Prometéis a Dios y a Nuestra Señora que desde ahora en adelante y durante todos los días de vuestra vida obedeceréis al maestre del temple y a los comandantes que sean vuestros superiores? ¿Prometéis a Dios y a la Señora Santa María que desde ahora en adelante y durante todos los días de vuestra vida viviréis castamente? ¿Qué viviréis sin nada propio? ¿Qué respetaréis los buenos usos y costumbres de nuestra casa? ¿Qué ayudaréis a conquistar, según la fuerza y el poder que Dios os haya dado, la Tierra Santa de Jerusalén? ¿Qué no dejaréis jamás está Orden ni por fuerte, ni por débil, ni por peor, ni por mejor?”

Y una vez pronunciados los votos con la afimación ritual “Si, Señor, Si Dios lo quiere” el nuevo Templario era admitido con la promesa “del pan y el agua y la pobre vestidura de la casa y, bastantes penurias y trabajos.”

Inmediatamente se le investía con el manto de la Orden, la Cruz y la espada, y el maestre le abrazaba, dándole el ósculo de fraternidad, como también el capellán. La oración del capellán, y el himno de recepción de las órdenes religiosas –el salmo 133: “mirad cuan bueno y cuan delicioso es habitar los hermanos igualmente en uno”– concluían la ceremonia de recepción ante el Capítulo.”.

(*) VIGNATI – PERALTA, El enigma de los Templarios. Ediciones Nacionales Circulo de Lectores Edinal Ltda. Bogota 1979, p.47-51.

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