domingo, 14 de agosto de 2016

Pitágoras y algunas enseñanzas

Pitágoras no creía que la juventud fuese capaz de comprender el origen y el fin de las cosas. Pensaba que ejercitarla en la dialéctica y en el razonamiento, antes de haberla dado el sentido de la verdad, formaba cabezas huecas y sofistas pretenciosos. Pensaba él desarrollar ante todo en sus facultades la facultad primordial y superior del hombre: la intuición. Y para ello, no enseñaba cosas misteriosas o difíciles. Partía de los sentimientos naturales, de los primeros deberes del hombre a su entrada en la vida y mostraba su relación con las leyes universales. Al inculcar por el pronto a los jóvees el amor a sus padres, agrandaba aquel sentimiento asimilando la idea de padre a la de Dios, el gran creador del universo. “Nada más venerable, decía, que la cualidad del padre. Homero ha llamado a Júpiter el rey de los Dioses; más para mostrar toda su grandeza le llama padre de los Dioses y de los hombres”. Comparaba a la madre con la naturaleza generosa y bienhechora; como Cibeles celeste produce los astros, como Demeter genera los frutos y las flores de la tierra, así la madre alimenta al hijo con todas las alegrías. El hijo debía, pues, honrar a su padre y a su madre como representantes efigies terrestres de aquellas grandes divinidades. Mostraba ambién que el amor que se tiene por la patria procede del amor que se ha sentido en la infancia por la madre. Los padres nos son dados, no por casualidad, como el vulgo cree, sino por un orden antecedente y superior llamado fortuna o necesidad. Es preciso honrarles, pero en cuanto a los amigos, es necesario escoger. Se aconsejaba a los novicios que se agrupasen dos a dos, según sus afinidades. El más joven debía buscar en el de mayor edad las virtudes que buscaba y los dos compañeros debían excitarse a la vida mejor. “El amigo es un otro yo. Es preciso honrarle como a un Dios”, decía el maestro. Si la regla pitagórica imponía al novicio oyente una absoluta sumisión a los maestros, le devolvía su plena libertad en el encanto de la amistad; de ésta hacía el estimulante de todas las virtudes, la poesía de la vida, el camino del ideal. Las energías individuales eran así despertadas, la moral se volvía viva y poética, la regla aceptada con amor cesaba de ser una violencia y se volvía la afirmación de una personalidad. Pitágoras quería que la obediencia fuese un asentimiento. Además, la enseñanza moral preparaba la enseñanza filosófica. Porque las relaciones que se establecían entre los deberes sociales y las armonías del Cosmos hacían presentir la ley de las analogías y de las concordancias universales. En esta ley reside el principio de los Misterios, de la doctrina oculta y de toda filosofía. El espíritu del discípulo se habituaba a encontrar la huella de un orden invisible en la realidad visible.

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