lunes, 12 de octubre de 2015

Las imágenes de Artigas y el congreso de Oriente en la historiografía argentina por el V.·.H.·. Gorgias de la R.·. L.·. Renovación 333

A L.·. G.·. D.·. G.·. A.·. D.·. U.·.
L.·. I.·. F.·.

Oriente de Buenos Aires, 10 de octubre de 2015, e.·.v.·.

V.·. M.·. y QQ.·. HH.·. todos
Las imágenes de Artigas y el congreso de Oriente en la historiografía argentina


Quiero comenzar mi plancha destacan mi alegría por contar de nuevo con la presencia de los QQ.·.HH.·. de la Log.·. Decretos de la Providencia nº 6 del Oriente del Uruguay además de dar la bienvenida a todos los HH.·. visitantes. La breve pero intensa actividad pública de José Gervasio Artigas (alrededor de una década) ha estado sujeta a múltiples interpretaciones. Recientemente, la convocatoria del congreso de los pueblos libres ha adquirido especial relevancia debido a los avatares de sus reinterpretaciones historiográficas que lo han rescatado del olvido. Menospreciado como el mero capricho de un caudillo, o directamente ignorado por la historiografía centrada en una perspectiva excesivamente “porteña” de la historia argentina, ha sido justamente reincorporado a la memoria nacional, pero al precio de cierta tergiversación que anula su valor en tanto parte de la historia del desarrollo de los Estados latinoamericanos.

En mi exposición voy a trabajar sobre dos ejes:

Las evaluaciones tanto de la figura de Artigas como de sus intervenciones políticas en la historiografía argentina devienen de las mismas limitaciones metodológicas de una disciplina que concibió su objeto de estudio dentro de los estrechos marcos nacionales. En tal sentido, la historiografía ha sido incapaz de una evaluación de los eventos acaecidos entre 1813 y 1818 dado que las “historias” latinoamericanas constituyen su objeto de estudio retrospectivamente proyectando el presente en el pasado
Las imágenes desplegadas sobre Artigas en la historiografía Argentina dicen mucho no sólo de su lugar en la historia argentina sino también del lugar que la ROU ocupa en el imaginario argentino.
No es necesario recordar que de ninguna manera es casual que los inicios de la historiografía nacional se hayan producido en período de organización nacional. En efecto, la Historia ha sido una poderosa herramienta en la construcción de las identidades nacionales. Esta disciplina contribuyó en la construcción del panteón nacional ad usum del calendario cívico/patriótico que delimitaría las identidades de las nacientes naciones latinoamericanas. Ese panteón se estructuró en torno a la polaridad de “héroes” y villanos de acuerdo a un criterio que derivaba de una concepción de la historia en el que las fuerzas de la “libertad” (civiles y sobre todo de mercado) se abrían paso desde las sombras del Antiguo Régimen colonial o su heredero rosista. Como un derivado de esta concepción de la historia, los dos padres fundadores de la historiografía argentina construyeron una imagen de J. G. Artigas que por desgracia, ha sido perenne en la conciencia colectiva de una parte significativa de los argentinos. Artigas fue el primer exponente del caudillismo federal, elemento disolvente de la unidad nacional.
Para Vicente Fidel López la actuación política de Artigas debe calificarse de “filibusterismo”1 de un personaje que encarnaba un caudillismo irreductible, el separatismo localista y estrecho de miras que amenazaba la construcción nacional. “Un caudillo rehacio é insolente (sic) que infatuado con la idea fanática de que todo debía ceder á sus caprichos y pasiones, de que no había más interés público que el de cooperar á su gaucha prepotencia, exigía con asombrosa altanería que todas las fuerzas y recursos de la nación se pusiesen en sus manos…”2
Su gran antagonista, Bartolomé Mitre no fue mucho más medido en su descripción. El líder Oriental era un “caudillo del vandalaje y de la federación semibárbara.”3 Por extensión, la constitución de la liga federal y la convocatoria al congreso de los pueblos libres no podía ser otra cosa que el producto de los celos que despertaba el predominio de Buenos Aires en los hombres del litoral y la Banda Oriental. Finalmente, toda la intervención de Artigas se reducía a una acción mezquina cuyo objetivo era “rehuir los sacrificios comunes en favor de la lucha exterior, limitando su defensa al círculo de la localidad; y á elevar sin condiciones, sin ley, ni regla alguna, á caudillos que debían representarlos.”4
Una generación después, el tono polémico de Mitre y López fue reemplazado por un tono ligeramente más neutro pero igualmente condenatorio por los integrantes de la Nueva Escuela Histórica.5 El cambio en el tono obedecía a varias circunstancias. En primer lugar, los historiadores de principios del siglo XX enfatizaron los aspectos profesionales de la disciplina histórica, adaptando sus investigaciones a los estándares académicos europeos. En segundo, lugar la formalización de relaciones diplomáticas dejaban poco lugar (al menos en círculos académicos) a una retórica desembozadamente combativa hacia quien se constituía como el héroe epónimo de la nación vecina. En ese contexto, el tono propagandístico que imperaba en el período anterior fue moderado o reemplazado por un tono “científico” pero que apenas encubría que los parámetros que evaluaban los actores y los eventos eran determinados por el “Estado Argentino” –en tanto construcción jurídica e institucional- como sucesor legítimo del virreinato del Río de la Plata.
Con Ricardo Levene la noción de “caudillo” dejó el registro moralizante para devenir en concepto sociológico: “Entonces aparecen los numerosos caudillos, planta indígena de nuestra tierra, hijos legítimos de su época y de una democracia incipiente que aspiraron á constituirla poseídos de un deseo instintivo é inorgánico, pero sin la visión inteligente y superior, y que hicieron nuestra edad media de feudalismo demagógico con tiranuelos populares.” 6 Indudablemente Levene integraba a Artigas dentro de esa caracterización. Pero la NHH presentaba sus matices. Mucho más elaborada que la definición de Levene, la definición que hizo Luis V. Varela del caudillismo partía de consideraciones muy diferentes. Varela rechazaba la vinculación que tradicionalmente se hacía entre caudillismo y mundo rural, ubicando el fenómeno del caudillismo en el mundo urbano. Así, su definición del fenómeno (como un liderazgo militar autoritario basado en el prestigio personal antes de la institucionalidad republicana) le permitía incluir en su definición junto con los clásicos caudillos (Güemes, Artigas, Facundo Quiroga) a otros personajes como Cornelio Saavedra y Carlos de Alvear. 7 Por otro lado, a diferencia de Mitre y López, pero de la misma manera que Levene, Varela no veía en el caudillismo un elemento “necesariamente” negativo. De hecho, Varela hacía la distinción entre el Caudillo útil y domesticado (Güemes) que colaboró en la construcción política emprendida por Buenos Aires, del caudillo negativo, traidor y agente de la disolución (Artigas). Ciertamente ni Levene ni Varela atribuían a Artigas alguna dimensión legítimamente política, sino que explicaban sus acciones a través de la voluntad pura de dominio, cuyo Federalismo se reducía a una mera farsa.8 En consecuencia, tanto los historiadores liberales de fines del siglo XIX como la NEH vieron en el Congreso de los pueblos libres un “acontecimiento” histórico destacable. Y no es de extrañar que su convocatoria haya sido casi por completo ignorada.
Pero dentro de la misma NEH se fue gestando un cambio de perspectiva. Sin abandonar su evaluación de Artigas como un caudillo, Emilio Ravignani fue el primero en señalar la importancia de Artigas en la elaboración de un federalismo rioplatense coherente y articulado en torno a un ideario concreto. No obstante, Ravignani no pudo salir de los márgenes estrechos de la historia nacional al considerar a Artigas un “caudillo argentino”.9 En apariencia, el revisionismo histórico de mediados del siglo XIX sería el que debía rescatar a Artigas de las manos de la historiografía liberal. Pero los revisionistas no hicieron más que repetir los mismos clichés de sus rivales, invirtiendo la carga valorativa. Por ejemplo, José María Rosa invierte la polaridad “institucionalidad vs. Carisma” y “federación vs unión” al definirlo como “el primer caudillo rioplatense” y “padre generador de todo lo que llamamos espíritu argentino, independencia absoluta, federalismos gobiernos populares”. Para el historiador revisionista era la quintaesencia de los grandes caudillos rioplatenses junto a Güemes, Quiroga y Rosas. Era “la multitud hecha símbolo y hecha acción. Por su voz se expresa el pueblo, en sus ademanes, gesticula el país. Es el caudillo porque sabe interpretar a los suyos; dice y hace aquello deseado por la comunidad; el conductor es el primer conducido.” 10 No es difícil reconocer en esta particular caracterización del “caudillo” oriental los ecos de una línea política del peronismo en su vertiente más puramente populista. Basta con cambiar apellidos para darse cuenta que el Artigas ideal de José María Rosa alcanza el rango de arquetipo, mito o idealización que no resiste el más mínimo análisis empírico. Para J. M. Rosa el congreso de los pueblos libres apenas referido como un evento más en la resistencia contra el centralismo porteño reflejaba esa particular relación dialéctica entre líder y liderados
En los años 70, y considerándose lejos (o más bien muy por encima) de los debates políticos de la “desorientada Argentina” de su tiempo, Halperin Donghi11 interpretaba a Artigas a la luz de un proyecto historiográfico plenamente académico, pretensiosamente neutro pero que pretendía con cierta honestidad romper los estrechos márgenes de un debate historiográfico que hacía mucho se había agotado. Más preocupado por una historia de los grandes procesos y las estructuras que determinaban la Historia social argentina, Halperin ubicaba al jefe de los pueblos libres como emergente del proceso de construcción de una elite dirigente en la Banda Oriental. Su figura de Artigas deja de ser un individuo agente de la para ser un sujeto determinado por fuerzas sociales más allá de su control. Los actos voluntarios quedan en un segundo plano para dejar en el frente el determinismo estructural. Así, los eventos de 1815-1819 obedecen a las tensiones generadas en la campaña oriental durante el proceso revolucionario iniciado en 1810, y lo nacional deja lugar a lo social. En efecto, en el contexto de los convulsionados años 60s el Artigas que presenta Halperin es el de un reformador social cuya relación con Buenos Aires puede resumirse como una “Historia de desencuentros”12
El gran divulgador Félix Luna,13 quien comienza su libro sobre los caudillos con una semblanza del mismo Artigas. Luna (como un liberal coherente) continuó la obra reivindicadora de Ravigani, sin embargo sus intereses distan de aquel en tanto su interés principal se enfocaba en el lazo empático que podía generar entre el lector y el prócer. La figura de Artigas que nos presenta Luna –quien fue un defensor de la dictadura del 76- es ante todo la del soldado y hombre de Estado abocado a la tarea de construir la concordia nacional, pasional sin fanatismo, austero y honesto. Figura trágica, que sufrió –como San Martín- las amarguras del exilio en virtud de su propia coherencia. Fiel a su pretensión de historia novelada, Luna se interesa por “explicar” los avatares del alejamiento del oriental y el Directorio de Buenos Aires no sólo en términos de antagonismo políticos, sino también en términos de vivencia humana. Así, Luna apela a los típicos lugares comunes liberales sobre la concordia cívica que ve en todo conflicto una causa moral, siempre salvable a través del diálogo. Así, la disputa entre el directorio de Buenos Aires y Artigas -que prefiguraba la rivalidad entre “argentinos” y “orientales”- era el efecto de una innecesaria cadena de “equívocos y malentendidos” o “desaires y agravios”, y el Congreso de los Pueblos Libres no fue más que un episodio en esa cadena.
Los últimos 20 años han experimentado un revival del neorevisionismo que propone una completa reevaluación de la figura de Artigas y del Congreso de los Pueblos Libres. Desde una vertiente más cercana al marxismo, se enfatizan el doble carácter de la revolución de mayo de 1810. Frente al proyecto “burgués” rivadaviano y luego alvearista, es opuso la “revolución alternativa” social y democrática que primero emprendió Moreno y luego Artigas. Dentro de esta vertiente se encuentra Norberto Galasso que explica los vínculos de esta manera: “Con Moreno no se llevó a cabo una revolución de masas, pues la pequeña burguesía revolucionaria (expresada en Mariano Moreno y sus amigos Juan José Castelli y Manuel Belgrano), no logra entroncar con las masas del interior. En cambio José Gervasio Artigas es un verdadero caudillo de masas. Tanto es así, que por su accionar es uno de los hombres más execrados por la Historia Oficial”. 14 Así, esta revolución tenía como ejes la Independencia, el Republicanismo (como oposición a la monarquía) y la federación.
La segunda vertiente neorevisionista –menos inclinada a las formulaciones teóricas y mucho más imaginativa- se encuentra representada por el psicoanalista devenido historiador Pacho O’Donnell. A mitad de camino entre el amarillismo y el ensayo histórico, diestro autopromotor y polemista de lo perimido, O’Donnell reflota el caudillo popular de Rosa, al que le agrega un cierto aire de actualidad al considerarlo un “revolucionario federal y latinoamericanista.”15 Más allá de esto, ha propuesto como hipótesis en un libro reciente que el Congreso de los pueblos libres fue el antecedente directo de la Independencia de 1816, silenciado por la historiografía liberal (concepto del autor aplica a historiadores muy disímiles).16 Para ello, O’Donnell ha recurrido al artilugio de apoyarse en una lectura caprichosa de las pocas y ambiguas referencias disponibles combinadas con la teoría conspirativa que atribuye el “silencio documental” al silencio impuesto por una historia oficial que, como he querido demostrar, tiene demasiados matices para considerarla monolítica.
No obstante, depurado de los vicios que derivan de las necesidades de tener “gancho editorial” la figura de J. G. Artigas y el Congreso de Oriente resultan esenciales para comprender la historia Argentina. Parafraseando los conceptos vertidos por el historiador Gabriel Di Meglio los silencios y la desvalorización de la figura de Artigas y del Congreso de Oriente en la historiografía Argentina deriva de la dificultad de “encajar experiencias que no estaban sujetas a los límites nacionales.” Organizadas en torno a la idea de la “nación” como elemento trascendente, tanto la historiografía liberal o institucionalista como el revisionismo han fallado en comprender que la nación como entidad es el fruto de un proceso dinámico, no lineal y mucho menos teleológico. Así, Artigas caudillo argentino o libertador del Uruguay no pueden dar cuenta de un momento histórico en el que las fronteras nacionales no se habían establecido claramente.


Notas
1Ibid, p. 325.
2Vicente F. López (1911[1883]) Historia de la República Argentina, Nueva Edición, t. IV, p. 321.
3Bartolomé Mitre (1887[1876]) Historia de Belgrano y de la independencia Argentina, t. II, p. 326.
4Ibid, p. 327.
5La Academia Nacional de la Historia (1893) y el Instituto de investigaciones históricas de la UBA (1905). Ambas instituciones, aspiraban (y aspiran) a constituir la memoria histórica nacional generando un relato científico y “políticamente neutro” sobre el pasado.
6Ricardo Levene (1911) Los orígenes de la Democracia Argentina, p. 204
7Luis V. Varela (1910) Historia constitucional de la República Argentina, t. II, 400
8Idem, p. 423
9Emilio Ravignani (1939) La participación de Artigas en la génesis del federalismo rioplatense, 1813-1820.
10José María Rosa (1960) Artigas. La Revolución de Mayo y la unidad hispanoamericana.
11Tulio Halperin Donghi (1972) Revolución y guerra formación de una elite dirigente en la Argentina criolla.
12Ibíd., p. 285.
13Félix Luna (1988) Los Caudillos.
14Norberto Galasso (2006) Artigas y las Masas Populares en la Revolución.
15Pacho O`Donnell (2012) Artigas: La versión popular de la Revolución de Mayo.

16Pacho O’Donnell (2015) 1815 La primera declaración de independencia argentina.

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