A L.·.G.·.D.·.G.·.A.·.D.·.U.·.
A propósito del “símbolo”
El diccionario de la Real Academia Española consagra varias definiciones del vocablo que, por tener tanta relevancia conceptual para los masones, da el nombre a nuestra revista oficial -en la Masonería Argentina-.
Lo que nos interesa a los fines de este trabajo dice textualmente “imagen, figura o divisa con que materialmente o de palabra se representa un concepto moral o intelectual, por alguna semejanza o correspondencia que el entendimiento percibe entre este concepto y aquella imagen”.
Se advierte sin esfuerzo, entonces, que hay una representación, esto es, una vinculación con algo preexistente con el cual o del cual fluye un reconocimiento.
Así, Jean C. Travers ha dicho “el símbolo se revela como un ser sensible, con su consistencia propia, pero a través del cual se percibe una relación de significación.
Antes de significar algo posee ya su naturaleza propia. Así se presenta, primero, como un ser conocido por sí mismo y solo después como un ser que posee una relación de significado con otro termino”.
Pero, ¿cuál es la etimología de “ símbolo”, de dónde y porqué se origina?
Linealmente considerado, el vocablo proviene del latín “symbolum” y éste a su vez del griego “sim bolom”, en el decir de Jules Boucher es el signo de reconocimiento formado por las dos mitades de un objeto roto, al encajarlas una en otra.
El rastro más antiguo parece ubicarse en la protohistoria griega, antes de los atenienses e, incluso, de los minoico-cretenses, teniendo su origen con los aqueos, esto es, los pueblos todavía nómadas que poblaron la península, allá en los imprecisos confines de la Historia del Hombre.
Ante los movimientos apresurados de los aglomerados humanos, en razón de catástrofes naturales (inundaciones, terremotos) cuanto de sucesos tales como guerras inter-tribus, era muy común la separación de los adultos respecto de las criaturas muy pequeñas, lo que suscitaba las inevitables dificultades de reconocimiento tiempo despumes.
A fin de prevenir este serio inconveniente, comenzó a extenderse el hábito de colocar en el bebé un suerte de collar constituido por un trozo de huecesillo de roedor (o, según las circunstancias, de ave), cuyo otro pedazo quedaba en poder de la madre (eventualmente, del padre). Así, el mero cotejo de ambas partes permitía verificar rápida y certeramente, la identidad del niño y su pertenencia a la estirpe del grupo tribal.
Vemos pues, la esencia de la relación de “pertenencia” que subyace en el concepto “símbolo”, el que a través de los milenios ha llegado a nuestros días, por ejemplo, en la usanza de las “medallas partidas” que los jóvenes enamorados (¡O, tempora!) suelen entregarse como prueba de su sentimiento.
A manera de anécdota quisiera recordar que, durante el desgarrador suceso que constituyo la Guerra de la Triple Alianza, los agentes del servicio de inteligencia paraguayo utilizaron como medio de identificación entre si, pequeños retratos de Francisco Solano López partidos en forma irregular, es decir, con un borde dentado que mostraba su razón de ser al ensamblarse con otra parte que exhibía otro agente. Este sistema estuvo particularmente en vigor en los días previos a la invasión de la Provincia de Corrientes por parte de los guaraníes.
Luego de esta brevísima referencia al aspecto histórico del origen, volvamos a las consideraciones conceptuales.
El “Rito Emulation”, nacido en el siglo XVII, define a la masonería como “un sistema de moral, velado por alegorías e ilustrado por símbolos”.
Con evidente concordancia con lo anterior, Jules Bucher afirma que debe hacerse una distinción entre los términos “alegoría” y “símbolo”, siendo el primero “hablar de otro modo” y el “símbolo” una construcción más vasta, más extensa, donde su comprensión se relaciona muy estrechamente con los conocimientos ya adquiridos por el que los estudia.
A su vez, el querido Hermano Victor Constancio Curi ante el interrogante ¿Qué es la alegoría?, expone la definición del diccionario “una ficción en virtud de la cual una cosa representa o significa otra” a ello le agrega que en la literatura sirven para señalar o poner de manifiesto estados de animo, situaciones, cosas, vivencias, sin mencionar o marcar sus nombres.
Un hermoso ejemplo construye el Hermano Curi con las estrofas que redactara otro Hermano, Don Miguel de Unamuno:
“Vendrá de noche, sí, vendrá de noche,
su negro sello servirá de broche
que cierra el alma;
vendrá de noche sin hacer ruido,
se apagará a lo lejos el ladrido,
vendrá la calma...
vendrá la noche...”
Es evidente en estas pocas líneas -tanto más para quienes hemos borroneado rimas- la descripción de la muerte con todas las connotaciones de silencio, terminación, paz final, aunque en rigor su nombre no aparece en modo alguno.
En este esquema argumental no puedo dejar de citar otro ejemplo, por la trascendencia que ha tenido en particular en el mundo occidental.
Durante la primera etapa del cristianismo, cuando las persecuciones eran moneda corriente, una forma de identificarse, vale decir, de expresar su pertenencia a un ideal común, fue el dibujo o el trazo de un pez.
Este, que como símbolo en anterior a la propia cruz, devino de la frase “Jesucristo, hijo de Dios Todopoderoso” cuyas siglas forman el acrónimo “Icthus”, que, justamente, en griego significa pez.
Luego, mediante tal alegoría, el que así obraba exponía calladamente y con todos los riesgos que significaban, su adhesión al dogma entonces nuevo, buscando el sentimiento común en quien ese dibujo veía, porque así ambos se reconocían iniciados -correligionarios- en la doctrina que aceptaban como verdadera.
En el plano de nuestra filosofía, si tenemos en cuenta que en el mundo en que nos movemos todo es símbolo (incluso las palabras no son en realidad más que símbolos de ideas), el estudio profundo y sistemático de la simbología masónica puede y debe conducirnos muy lejos, una vez que hayamos aprendido a penetrar pacientemente en su significado.
Cierto es que en la empresa se nos irá la vida entera, puesto que el tallado pleno de la piedra en bruto de nuestra personalidad, como ideal que es, no resultan alcanzable para el mortal.
Mas el mejoramiento que el esfuerzo produce, no por inacabado menos advertible, es suficiente recompensa, tanto más cuanto ello habrá de producir su influencia benéfica no sólo en nuestro Hermanos, sino también en los profanos; unos y otros receptarán actitudes y ejemplos, a manera de legado cultural que es la faceta característica de lo que llamamos (como símbolo causal) “civilización”.
Terminando con un concepto de Carl Jung, diremos que la función del símbolo externo es la de despertar y hacer crecer el símbolo interno.
De ahí la necesidad en nuestro Taller de los símbolos materiales para que los HH.·. en su presencia sientan la vigencia de su contenido y su sentido, como apunta acertadamente el Hermano Victo C. Curi. De ahí también la vital necesidad de que aquéllos que hemos emprendido el Camino sepamos interpretarlos y vivirlos.
Oriente de Buenos Aires, septiembre de 1995 (e.:v.:)
Raúl Mauro Finocchiaro M.·.M.·.
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