miércoles, 24 de junio de 2015

SOLSTICIO DE INVIERNO

El Sol «no asciende»
El inicio de las estaciones viene dado, por convenio, por aquellos instantes en que la Tierra se encuentra en unas determinadas posiciones en su órbita alrededor del Sol. En el caso del invierno, esta posición se da en el punto de la eclíptica en el que el Sol alcanza su posición más austral. El día en que esto sucede, el Sol alcanza su máxima declinación Sur (-23º 27') y durante varios días su altura máxima al mediodía no cambia, y por eso, a esta circunstancia se la llama también solsticio («Sol quieto») de invierno. En este instante en el hemisferio sur se inicia el verano.
El día del solsticio de invierno corresponde al de menor duración del año. Alrededor de esta fecha se encuentran el día en que el Sol sale más tarde y aquél en que se pone más pronto.



martes, 9 de junio de 2015

Orígenes masónicos del escudo nacional argentino Historia - Símbolo patrio: la incógnita del escudo por Carlos Ortiz de Rozas

Un investigador francés destaca la similitud de nuestro emblema con un salvoconducto usado por miembros de un club revolucionario francés para acceder a la Asamblea Legislativa entre 1790 y 1793.
Toda la nación se aprestaba a asociarse a los festejos que culminarían el 14 de julio de 1989 al conmemorar la toma por el pueblo de París de la fortaleza medieval y prisión de La Bastilla, símbolo del despotismo monárquico, que dos siglos antes había sido el punto de partida de la más profunda transformación política e institucional de buena parte del mundo.
En esas circunstancias, y siendo embajador en ese admirable país, recibí una carta en la cual un caballero interesado en nuestra historia me sometía a una consulta que no dejó de sorprenderme. Preguntaba cuándo y por qué motivo la República Argentina había adoptado oficialmente como escudo nacional el emblema del que se valían como laissez-passer los miembros de un club revolucionario francés para acceder a la Asamblea Legislativa entre 1790 y 1793. En apoyo de su petición acompañaba copia de una ilustración que figura en la obra La Revolución Francesa, de Michel Vovelle (Tomo 3° página 216). Asimismo quería saber si el diseño había sido obtenido por un argentino durante ese turbulento período o llevado por un jacobino que podría haber viajado para combatir por la independencia argentina.
La similitud con nuestro escudo - como podrá apreciarse por la reproducción que acompaña esta nota- era tan acentuada que no dejó de sorprenderme. Sobre todo teniendo en cuenta que esa credencial era utilizada dos décadas antes de que la Asamblea General Constituyente de 1813 resolviese adoptar el conocido blasón nacional. La curiosidad planteada en términos tan precisos estaba pues plenamente justificada. Como, por mi parte, no tenía ninguna explicación al respecto, tuve que contestarle a mi interlocutor que intentaría satisfacer su demanda consultando a alguien que tuviese cierta versación en la materia.
Intenté conseguir la obra de Vovelle, historiador marxista que interpreta a su manera los sucesos del levantamiento popular contra el régimen de Luis XVI, pero no fue fácil. No había sido distribuida en el comercio y sólo podía adquirirse por una suscripción particular en una editorial vinculada al Partido Comunista.
Me dirigí entonces a la Biblioteca Nacional donde fui recibido muy cortésmente por quien era la Directora del Departamento de Grabados y Fotografías, Laure Beaumont-Maillet, quien conociendo el motivo de mi visita ya había hecho los preparativos para exhibirme el emblema en cuestión conservado con todo cuidado en un voluminoso cartapacio clasificado con la denominación "Código de la Colección Qb.1 Año 1793", que indica el orden interno en que está ubicado en esa repartición. Con inocultable orgullo por la pieza histórica que mostraba ante mis ojos, me proporcionó otras informaciones.
Las iniciales "BR" que aparecen en un círculo bajo la cinta roja que une a los laureles significan "Bibliothèque Royale", razón por la cual también está incluida la corona real. Las letras "Lat" que se ven en el borde derecho del escudo, a la altura de los rayos segundo y tercero del sol, corresponden a la "Colección Latarrade" de la que formaba parte esa estampa y cuyo propietario del mismo nombre vendió una parte a la Biblioteca Nacional en 1841. A su vez, la familia de Latarrade, en 1863, donó a la misma institución otros quince mil grabados, de donde surge que la proveniencia del referido emblema está perfectamente certificada.
La directora agregó que, en su opinión, el movimiento del azul de la mitad superior del escudo, que se asemeja a pequeñas olas, podría indicar que los diputados que lo usaban como credencial para ingresar a la Asamblea Nacional provenían de una región marítima de Francia. Por último, tuvo la gentileza de entregarme varias fotos de distintos tamaños y a todo color sacadas por el fotógrafo oficial de la Biblioteca.
Con esos datos y aprovechando un viaje a Buenos Aires conversé con Bonifacio del Carril, amigo de juventud, a quien expuse con lujo de detalles cómo había llegado a mi conocimiento el tema. Al ver la reproducción de la estampa revolucionaria no pudo reprimir su entusiasmo exclamando que ese documento bien podría llenar un gran vacío en nuestra historia dado que, en lo concerniente al escudo nacional, se desconoce quién hizo el dibujo que sirvió de modelo para hacer el cuño respectivo. Señaló que algunos autores han expuesto diversas teorías en ese sentido, pero que en realidad no han sido sino meras especulaciones carentes de toda base documental. En particular, porque las Actas de la Asamblea comúnmente denominada del Año XIII, que podrían haber arrojado alguna luz, desaparecieron después de 1852 cuando los vencedores de Caseros, que se instalaron en la casona de Juan Manuel de Rosas en Palermo, las incluyeron en un inventario.
De los textos de investigadores como Dardo Corvalán Mendilaharsu, Carlos Roberts, Agustín de Vedia, Luis Cánepa, surge prácticamente un consenso de lo que se sabe con certeza y de lo que se ignora acerca del origen de nuestro escudo patrio. Se sabe que la Asamblea, con el propósito de ejecutar actos soberanos, comisionó al diputado por San Luis, don Agustín Donado, que se encargara de la confección de un sello para autenticar los escritos del gobierno en reemplazo del utilizado hasta entonces con las armas reales de España, y que además serviría para acuñar la primera moneda nacional, "uno de los atributos esenciales de la soberanía", según Joaquín V. González. Está también probado que Donado confió esa tarea al grabador cuzqueño radicado en Buenos Aires Juan de Dios Rivera y que, con el cuño por él tallado, fueron sellados algunos documentos emanados de la Asamblea; por último, en el Archivo General de la Nación figura el decreto del 12 de marzo de 1813, por el cual la Asamblea General Constituyente, con las firmas de su presidente, Tomás Valle, y el secretario Hipólito Vieytes, ordena
"que el Supremo Poder Ejecutivo use el mismo sello de este Cuerpo Soberano, con la sola diferencia de que la inscripción del Círculo sea la de Supremo Poder Ejecutivo de las Provincias Unidas del Río de la Plata" . Con esa formalidad quedó registrada la fecha cierta de la creación de nuestro escudo, por más que "El Redactor de la Asamblea" publicara la noticia el día siguiente.
A partir de ahí empiezan las divergencias y la incertidumbre acerca de quién fue realmente el autor del diseño respectivo. Ha sido atribuido al mismo Donado, al tallador Rivera, al artista peruano Isidro Antonio de Castro y a Bernardo de Monteagudo, entre otros, pero siempre haciendo la salvedad de que no existen constancias concluyentes que permitan sostener con total seguridad a quién de los nombrados cabe asignarle la paternidad del escudo. O sea, que es un debate sobre meras suposiciones.
Corvalán Mendilaharsu, que investigó a fondo este problema, admite que "no se conoce precisamente al autor o inspirador del sello, ni los fundamentos filosóficos y políticos determinantes de los jeroglíficos que lo integran, lo que ha mantenido este asunto en una desesperante oscuridad para los investigadores como para los demás interesados en penetrar el concepto de símbolo máximo".
Para suplir esa "desesperante oscuridad" proliferaron las interpretaciones un tanto antojadizas del significado que tienen las manos unidas, el gorro frigio o de los libertos romanos, la pica, los laureles, el sol incásico y demás elementos, pero ninguna de ellas nos acerca a la verdad histórica.
El misterio subsiste desde hace 193 años. Tal vez el emblema revolucionario francés de 1790 pueda aportar una perspectiva diferente que aliente a los historiadores a tratar de develar la incógnita.

miércoles, 3 de junio de 2015

LA METAMORFOSIS MASÓNICA POR EL Q.:H.: SANDRO de la R.: L.: Renovación N° 333 Oriente de Buenos Aires



A L.: G.: D.: G.: A.: D.: U.:


Or.: de Bs. As. 3 de junio de 2015 (e.: v.:)



V.: M.: y QQ.: HH.: (todos)
LA METAMORFOSIS MASÓNICA


La idea de la mutabilidad del ente o del objeto ha sido prolíficamente tratada a lo largo de la historia, ya sea como recurso literario o como fuente de variadas enseñanzas tanto en mitos como en leyendas.
Los griegos antiguos desde la mitología fueron prolíficos en la utilización de la metamorfosis en sus historias y como el gran exponente de este recurso, encontramos nada más y nada menos que a Homero desde sus relatos en la célebre obra “la Odisea”[1] e incluso también al poeta romano Ovidio (Publio Ovidio Nasón[2]), quien entre sus numerosas obras, trató puntualmente las cuestiones vinculadas a la metamorfosis[3].
Sin dudas la obra más conocida en nuestros días es aquella que comienza con el trágico relato de Gregorio Samsa quien luego de un sueño intranquilo, encontróse una mañana en su cama convertido en un monstruoso insecto, obra maestra de Kafka, que nos introduce por una lado ante una metamorfosis consumada, y por el otro, al tema de la propia identidad y de la que obtenemos a partir de nuestro entorno.
En la masonería la idea de la metamorfosis resulta evidentemente clave, puesto que el fin mediato e inmediato de nuestra Orden es la búsqueda de una transformación trascendente.
Desde nuestra iniciación nos familiarizamos con la idea de que la piedra en bruto, merced a un arduo trabajo, deberá abandonar el estado de piedra tosca, para mutar en una piedra trabajada o incluso pulida.
Del mismo modo, en la búsqueda de este cambio trascendente, las ataduras a lo material, dejarían de prevalecer sobre lo espiritual, y con ello, el dominio de los vicios y las pasiones traídas del mundo profano.
Bajo el manto de estas ideas –y por supuesto, muchísimas otras-la Masonería se nos presenta entonces como un medio, más que un fin en sí mismo, es el camino o la búsqueda de un camino propiamente dicho que tiende en último término, a la transformación que lleva ínsita una metamorfosis, pero en el campo de las ideas, en los valores y en la ética del obra con rectitud, mediante de las enseñanzas impartidas.
A modo de colofón, el pensamiento y la consecuente acción positiva en términos morales, importa una mutación, o una “transmutación”, del estilo del plomo que se convierte en oro de la alquimia, pero que opera en el campo de las acciones del hombre dentro de la Orden y transportada fuera de ella al mundo profano.
La idea de una metamorfosis masónica, implica en última instancia la concreción de un cambio, fruto de una tradición docente, transmitida de Masón a Masón y su correspondiente adopción por parte del iniciado.
El “signo magno” de la masonería bien podría ser la noción de metamorfosis espiritual, de cuasi imposible representación, como de dificultosa concreción.
Es cuanto V.:M.:
 
 

Sandro M.:M.:
R.:L.: Renovación N° 333


[1] La Odisea es un poema épico griego compuesto por 24 cantos, atribuido al poeta griego Homero. Se cree que fue compuesta en el siglo VIII a. C. en los asentamientos que tenía Grecia en la costa oeste del Asia Menor (actual Turquía asiática). Según otros autores, la Odisea se completa en el siglo VII a. C. a partir de poemas que sólo describían partes de la obra actual. Fue originalmente escrita en lo que se ha llamado dialecto homérico. Narra la vuelta a casa, tras la Guerra de Troya, del héroe griego Odiseo (al modo latino, Ulises: Ὀδυσσεὺς en griego; Vlixes en latín). Además de haber estado diez años fuera luchando, Odiseo tarda otros diez años en regresar a la isla de Ítaca, donde poseía el título de rey, período durante el cual su hijo Telémaco y su esposa Penélope han de tolerar en su palacio a los pretendientes que buscan desposarla (pues ya creían muerto a Odiseo), al mismo tiempo que consumen los bienes de la familia.
[2]  Latín: Publius Ovidius Naso; Sulmona, 20 de marzo del 43 a. C. - Tomis, actual Constanza, 17 d. C..
[3]  La obra titulada: “Las metamorfosis”, trató en un poema de quince libros la historia del mundo desde su creación hasta la deificación de Julio César, combinando la mitología y la historia, con los relatos mitológicos de cuño griego, con una adaptación a la cultura latina del siglo primero de la e.:v.:, en donde también trabajo la idea de la mutabilidad.